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Café para tres

Diez y cuarto de la mañana y nada a tu alrededor luce bien.Odias el verano. Odias transpirar a cinco minutos de haberte dado una ducha. Odias el pésimo humor que el sol causa en ti. Únete al canal de Whatsapp de Wapa

    Café para tres
    Captura película "Alfie"

    Estoy completamente segura que todos hemos tenido días dónde los sentimientos más oscuros se juntan. ¿Cuáles? Por ejemplo, querer matar a tu ex y odiar a tu nuevo saliente. A veces nos creemos protagonistas de telenovela turca –porque las mexicanas ya son old-fashioned–. No queremos una vida, sino las escenas de ficción que nos muestran. Pero ¿qué pasa cuando aparte de esos "días" los planetas se alinean para recordarte que seguirás sin novio hasta nuevo aviso? O al menos hasta que el gato negro deje de cruzarse y plantes un arbusto de ruda en casa.

    Diez y cuarto de la mañana y nada a tu alrededor luce bien. Odias el verano. Odias transpirar a cinco minutos de haberte dado una ducha. Odias el pésimo humor que el sol causa en ti. No prestas atención a ninguna señal a tu alrededor. Cuentas los minutos. Cinco. Cuatro. Uno. Diez segundos. Termina por fin la clase que te arrulla para dormir. No entiendes por qué el inglés tiene que ser una especie de idioma universal y no el español. Las alertas del "luce regia porque ahí viene el hombre que te gusta" se activan. Porque claro, el Chapulin Colorado tenía sus antenitas de vinil que lo alertaban del peligro y nosotras tenemos las que nos avisan que debes arreglarte el cabello, sonreír un poco y asegurarte que no tengas ningún tipo de residuo de comida en los dientes cuando el que te gusta camina hacia ti para transformar el fastidio del verano. Te invita a tomar un café. Te emocionas. Saltas. Casi lloras. No quieres pensar en otra cosa. ¡Bien! Justo lo que necesitabas. Llevas varios meses haciendo honor a "soltera, pero nunca sola" y este bocadillo se presenta con muy buena envoltura. Perfecto, esta vez nada puede salir mal. 

    Juegas con tu mente: ¡Por Dios, que sexy está hoy!

    Pide el café, tú lo miras embobada –por no decir un calificativo peor–. Voltea, sonríe, te mira, sonríes, eres feliz. Camina con los dos cafés hacia la mesa donde tú lo esperas. Ojo, solo por esta vez dejas que él invite. Bien dicen que si aceptas que la otra persona pague la cuenta estás también aceptando lo que vendrá después. Claro, esta vez si te conviene, pero generalmente prefieres ser tú la que decida con quién, cómo, cuándo y dónde.

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    Conversan y crees que todo está fluyendo de lo mejor. Digamos que tampoco te quieres casar, pero como para novio de un par de meses el hombre se pinta muy bien. "Esto tiene que ser una broma", "Maldita sea qué está haciendo él aquí", "Ojalá que no me vea, por favor", te trastornan la cabeza. Apareció tu casi ex novio. Lo que en realidad sería tu ex saliente. Sí, la pasaron bien mientras duró. No, ya no quieres saber nada de él. Felizmente no te vio. También pide un café. Sigue sin darse cuenta que estás ahí. Está casi por irse. Demonios, te vio. Gira su cabeza y muestra esa sonrisa de: "te voy a arruinar el plan". Es muy tarde para escapar. Se acerca.

    ¡Ajá! Lo saluda a él primero –¡¿QUÉ?!–. Lo que ninguna persona quiere que le pase en el plano amoroso te está pasando a ti. Son amigos. Y no digo que sean amigos de esos cientos que uno tiene en facebook y solo se acuerdan de ti porque la red social les avisa que es tu cumpleaños. Comentan cosas juntos. Al parecer son bien cercanos. Se pudre todo. Trabajan juntos y son amigos. Tu casi ex mueve la silla y se acomoda. Tú solo quieres irte de ahí. El que te gusta no sabe si sonreír o qué hacer –decirle "no muevas esa silla que acá solo hay sitio para dos" sería una opción muy coherente–. A veces es demasiado amable para tus gustos –y antecedentes de macho alfa que registra tu expediente–. Se sentó a tu lado. Maravilloso, ahora son el trío perfecto.

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    Si dices que fue un momento incómodo estás mintiendo. Ha sido la situación más bochornosa que haz podido pasar en los últimos días –siempre estás envuelta en este tipo de accidentes diarios que masacran tu cabeza y golpean el corazón–. Los dos te miran fijamente. Te ríes. Te sigues riendo. Te sonrojas. A estas alturas ya no quema solo el café. Vuelves a reírte. ¡Dios mío! ¡NO! Te atoras.

    El susto pasó, el café también, pero ellos siguen ahí. No hablan entre ellos. Esperan que tú lo hagas. ¡Ni muerta! Solo por hoy crees en los milagros de Dios. Tu teléfono suena. Es el soundtrack de "Sex and the City" que funciona como alarma. Finges que es una llamada de emergencia. La tía del abuelo del hermano de tu primo sufrió un accidente y tienes que irte –que tristeza infinita–. Mentira. Solo dices que es una llamada laboral de último minuto. Acomodas tus cosas. Te paras. Te despides. Chau con todos y esperas no ver a uno nunca más y al otro lo sigues viendo como pastel solo que ya un poco desenvuelto. Tu casi ex no se despide pero si te da un beso en la frontera del rostro y el cuello. El que te gusta te acompaña al paradero.

    Cruzan la pista y por reírse en plena avenida un auto casi los atropella. Él grita "COME ON!". Sí, es extranjero. Te abraza. Algo raro circula en tu cuerpo. Te encanta. Se ríe. Me río. Pero la felicidad dura poco. "¡Vete!", "¡Ni te atrevas a venir hasta aquí!", piensas mientras lo ves corriendo. "Te olvidaste tu sombrero y la del cafetín lo subió", se justifica. Sí, es el casi ex. ¡El trío perfecto otra vez!.

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    SOBRE EL AUTOR:
    Café para tres

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