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Gracias por irte, pero nunca desaparecer

Yo sé que es difícil convivir con la ausencia, pero no es imposible. Si crees en Dios, mira al cielo, manda una sonrisa y un beso.Pero si eres de los míos, pues entonces cierra los ojos y agradece. Únete al canal de Whatsapp de Wapa

    Gracias por irte, pero nunca desaparecer
    Yo sé que es difícil convivir con la ausencia, pero no es imposible. Si crees en Dios, mira al cielo, manda una sonrisa y un beso.Pero si eres de los míos, pues entonces cierra los ojos y agradece.

    Si nos ponemos a pensar en todo el tiempo que perdemos sufriendo por lo que hicimos o dejamos de hacer: créanme, le pondríamos sello de seguridad al pasado con siete maldiciones dentro. No vale la pena, les aseguro. Puedes renegar 567 mil días enteros y las cosas seguirán igual. Pero, ¿de verdad quieren eso? Digo, ¿no es mejor quitarte esa mochila de encima?

    Yo pasé casi toda mi adolescencia odiando la primera semana de junio, pero hace algún tiempo las cosas cambiaron. Recordé las dos frases que me quedaron de las terapias con una psicóloga: “Estefany, aprendamos a sacarle lo bueno a todas las cosas que nos pasan. Ojo, sólo lo bueno” y “Si la vida te da limones, toca hacer limonada” ─doctora, si está leyendo esto, no me odie por recién tomar en cuenta sus palabras─.  Entonces, ahora miramos a los primeros días de junio con otros ojos. Después de todo, gracias a ellos tengo a los dos hombres que más amo clavados en los recuerdos vividos y contados.

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    Cuando mamá empezaba los siete meses de embarazo ─dónde este cuerpo caribeño se empezaba a formar─, tres disparos arrebataron la vida de mi padre. No tienen idea lo que fue el día que me enteré de su muerte. Lo recuerdo como una especie de crueldad infantil que yo lo entendí como una broma, pero luego me dijeron que no era un juego: mi tío no era mi papá y mi papá estaba muerto. Tenía cinco años, así que imagínense el show que hice. Entendible, por supuesto.

    Tengo que confesar que no sentí su ausencia hasta que cumplí los trece. A partir de ese entonces, en cada actuación de colegio por el día del padre, me ponía a llorar encerrada en el baño. ¿Tristeza porque lo extrañaba? No. Tristeza porque desde el día que me enteré que él estaba muerto no volví a decirle papá a nadie más. Desde esos días he odiado el 1 de junio. Pero hace unos meses y de un momento a otro, dejé de hacerlo. Se acaban de cumplir 25 años de su muerte y he dejado de odiar para escoger algo menos dañino, pero también intenso: el amor. Si antes le he escrito con desolación y lágrimas, hoy lo haré con alegría y esperanza.

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    “Esteban, gracias. Gracias porque me enseñaste a querer a través de fotografías y recuerdos ajenos. Gracias por todos los momentos locos dónde inventaba cómo sería el sonido de tu voz y moría a carcajadas en cada intento fallido. Gracias por las mañanas, tardes y noches que mamá empezaba a contar alguna anécdota de ustedes y terminábamos llorando como quinceañeras. Gracias por las tarjetas de amor que enviabas a mamá ─y que obviamente por casualidad, las he terminado leyendo todas─. Yo sabía que sólo de ti podría haber heredado la testarudez de seguir escribiendo de amor. Viejito, gracias por siempre estar, por demostrarme que la muerte no es el límite si uno quiere amar. Pero sobre todo, gracias por Anthony. Porque yo sé que tú eres quién lo ilumina siempre. Porque cuando se enteró que sólo éramos medios hermanos, me dijo: ‘Estefany, yo seré tu papá. Prometo cuidarte cómo él lo hubiera hecho. De verdad, te lo prometo’. Hasta el día de hoy ha cumplido su palabra y ya tiene doce años. Gracias, Esteban. Gracias por él. Gracias por enviarlo en el momento más subterráneo de mi vida. Gracias por todas las veces que me ha preguntado ‘Pero no entiendo. ¿No lo extrañas? ¿Por qué no lloras?’. Gracias por darme paciencia, kilómetros de paciencia y lograr convertirme en su mejor amiga ─créanme, lo soy. Me ha contado de la niña que le gusta, y esa a edad, revelar ese secreto es lo más increíble del mundo─. Papá, te mentiría si dijera que entiendo por qué te fuiste. Creo que nunca llegaré a comprenderlo. Pero te aseguro que las lágrimas ya no pesan tanto. Perdóname por el ‘antes’ y recuérdame por este ‘después’. Mi ‘te amo’ ya no va con tristeza y reclamo, promesa de tu hija medio loca.”

    Yo sé que es difícil convivir con la ausencia, pero no es imposible. Si crees en Dios, mira al cielo, manda una sonrisa y un beso. Pero si eres de los míos, pues entonces cierra los ojos y agradece. Hazlo porque hoy tienes la oportunidad de celebrar el amor, de perdonar y de llorar. Hay quienes ya no. Hoy puedes decidir si coges los limones y aprendes a hacer limonada o si continúas renegando del pasado. Les aseguro que es mejor decir ‘¡Salud!’ con una sonrisa, que con el corazón amargado. 

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